miércoles, 10 de diciembre de 2014

Capítulo 3. Gabrielle.

Dos noches habían pasado ya desde la visita de aquel tal Hans von Krischner a casa. Ese repugnante oficial de las SS me daba miedo, sus miradas, sus risas macabras, sus miles de preguntas sobre nuestra vida, nuestras colecciones de arte... No era un hombre, era un monstruo creado únicamente para atemorizar, para herirnos y humillarnos, para recordarnos que el mundo se desmoronaba a pasos agigantados sin saber realmente cómo habíamos llegado a aquella situación. ¿Por qué no nos detenían de una vez por todas? Sabíamos que eso era lo que hacían, ese destino habían corrido muchas otras familias de judíos que conocíamos. ¿Qué sería de ellos? No dejaba de preguntármelo y las únicas respuestas que venían a mi mente me estremecían, nos estremecían a todos. Estaba segura de que pensábamos lo mismo pero decirlo en voz alta era impensable, tal vez fuese el miedo pero nosotros estábamos convencidos de que expresar en alto el que creíamos que sería nuestro destino, se convertiría en el camino sin retorno para verlo cumplido. Tratábamos de fingir, de hacer una vida normal, de ignorar la realidad como si de ese modo no nos estuviese sucediendo nada. La verdad era que aunque no tuviésemos el valor suficiente como para admitir lo que iba a ocurrir con nosotros, a pesar de eso e inevitablemente, ya habíamos emprendido aquel oscuro camino del que de manera desesperada intentábamos salir. Tanto mis padres como yo sabíamos que nos encontraríamos con la oscuridad... La irremediable oscuridad.

Cualquier mísero ruido que escuchaba me estremecía, parecía que vendrían en cualquier momento.
Esa misma mañana un teniente se había reunido con mi padre, un hombre llamado Eduard Schulz que decía trabajar bajo las órdenes de von Krischner. Su apariencia era distante, fría, como si fuese totalmente ajeno a nuestro miedo, a nuestras vidas… todos parecían ser así, pero en cierto modo yo aún guardaba la esperanza de que alguno de ellos tuviese corazón, sentimientos, seguía creyendo en la bondad con la que había creído que contaba la raza humana… ¿Por qué nos hacían tanto daño? Habían logrado causar en mí esa misma repulsión que ellos sentían al ver la estrella cosida en mi ropa. La odiaba, odiaba ser quien era, odiaba mi vida, y odiaba llamarme Gabrielle Moreau.

Al menos aquel teniente nos había tratado con respeto, o al menos había sabido como fingir. Tal y como había hecho su superior, nos había preguntado con insistencia sobre nuestra colección de cuadros de Sandro de’Marchesi.
Yo no terminaba de entender donde estaba el interés por dicho pintor… había escuchado hablar de su leyenda, conocía el misterio que le acompañaba, pero nosotros no teníamos nada más que esos tres míseros cuadros atribuidos a él, en mis veinte años de vida recordaba que siempre había sido de ese modo.
Pero sus preguntas no habían sido suficientes, aún no, tenían que continuar presionándonos, interrogándonos, humillándonos y atemorizándonos. ¡No teníamos el cuadro! No lo teníamos...  
No dudaron ni un segundo en registrar nuestra casa, se habían llevado papeles, joyas de valor, incluso nos habían robado el colgante de mi abuela… ¿Qué sería lo próximo? ¿Por qué alargaban tanto la agonía? En mi fuero interno yo mejor que nadie conocía la respuesta.

Salí de mi cuarto lo más despacio que pude, sabía que mis padres ya se encontraban en su cama pero estaba segura de que les ocurría lo mismo que a mí, conciliar el sueño en aquellos tiempos era muy complicado.
Caminé descalza a través del pasillo, tratando de llegar cuanto antes al que había sido el cuarto del servicio doméstico, cuarto que desde hacía unos meses nos servía para guardar provisiones de comida.
Una vez allí, cerré la puerta despacio y abrí sigilosamente la ventana que daba hacia el patio interior, sentándome a su vez en el alfeizar.
Me acostumbré a la oscuridad y miré hacia la ventana de enfrente, los hermosos ojos de Ariane relucían incluso a medianoche.
-Creí que no podrías venir.-susurró. Llevábamos semanas reuniéndonos de ese modo, aquel parecía el único lugar sin oídos de todo París.-Tengo miedo, Gabrielle.
Entendía a que se refería. Mi familia y yo no éramos los únicos a los que la Gestapo había comenzado a molestar.

Mis pensamientos se remontaron a dos días atrás, a la tarde del viernes. Mi madre y yo habíamos salido a la calle a entregar unas prendas de ropa que solíamos planchar a una antigua familia de conocidos de la ciudad. Ese trabajo era el único dinero que podíamos llevar a casa. Mi padre, profesor de literatura en la universidad, había sido destituido de su cargo por el simple hecho de ser judío, y la herencia de nuestra abuela se estaba esfumando a pasos agigantados.
Así fue como al regresar a casa nos encontramos a Camille Gaudet en la librería de su marido. Recuerdo que nada más ver sus ojos empañados supe que algo no iba bien. Mi madre le preguntó que ocurría, al fin y al cabo siempre habíamos tenido buena relación, siempre nos habíamos ayudado mutuamente, pero sobre todo, los Gaudet habían sido una de las pocas familias que no nos habían dejado de hablar.
Camille nos dijo que un soldado alemán había resultado herido tras un atentado perpetuado por la Resistencia. Había sido ingresado en el hospital en el que ella trabajaba y tras los correspondientes cuidados no había logrado sobrevivir y había muerto en sus manos. Nos había dicho que todo el personal del hospital estaba siendo reemplazado y que tras suceder eso, la habían acusado de acelerar el propio fallecimiento del joven, siendo investigada y amenazada.
“-Me han expulsado, Elise. Esto traerá la desgracia a mi familia.”
En ese momento no pensé en su propio dolor, en realidad me alegré, no por ella, pero sí por saber que la Resistencia había logrado matar a uno más. Me había vuelto una insensible, los nazis me habían convertido en una mujer que no sentía absolutamente nada más que odio.
En aquel momento mi madre ni siquiera tuvo tiempo de consolarla. La Gestapo entró en la librería de inmediato, probablemente nos estaban esperando… Fue entonces cuando quise que la tierra me tragase, que mi madre y yo desapareciésemos de allí y que los Gaudet tuviesen que lidiar solos con ese momento. Fui una cobarde y egoísta, es cierto, pero… ¿cómo no serlo?
La estrella cosida en la solapa de mi abrigo comenzó a pesar del mismo modo que si hubiese sido de plomo.
Contemplé el suelo y escuché a uno de aquellos hombres decir, mientras su compañero se reía:
“-Ya te dije, Riemelt, que aquí empezaba a oler muy mal.”
El silencio sepulcral pareció durar una eternidad, las risas de aquellos nazis me parecieron lejanas, muy lejanas.
“-Por favor... Estas mujeres son buenas personas, se lo puedo asegurar, ellas no han hecho daño a nadie.”- levanté la vista sólo para observar como Fabien Gaudet nos defendía.
Las risas cesaron y los recuerdos se desdibujaron. Lo siguiente que mi mente guardaba era ver a mi madre arrastrándome escaleras arriba, encontrarme con Ariane en la puerta de su casa, ajena a lo que en la librería de su padre sucedía, y Hans von Krischner admirando nuestros cuadros aquella misma noche.
No podía evitar alegrarme de que aquel día no hubiesen venido a por nosotros.

-¿Mañana abriréis la librería?-le pregunté a mi amiga.
-Trataré de abrirla yo. Mi padre… tiene problemas de corazón, todo esto está siendo muy difícil.- su voz se quebró ligeramente.-Además sabemos que es inminente que vuelvan.
-Sois una buena familia, no habéis hecho nada malo.
-¿Acaso vosotros no lo sois, Gabrielle? Eso a ellos les da igual, ¿comprendes?-me recordó-Tal vez mi vida esté destinada a escapar constantemente.
Fruncí el ceño y le pregunté:
-¿A qué te refieres?
Negó con la cabeza y agarró fuerte el alfeizar de su ventana. Me pregunté que ocultarían sus pensamientos, pero sabía que no serían tan diferentes de los míos. El miedo… Al menos ella aún tenía otra oportunidad, no era judía como yo.
-Esta mañana otro nazi vino a nuestra casa. Un teniente de las SS que está interesado en nuestros cuadros.-me encogí de hombros, apesadumbrada.-Supongo que eso es lo único que nos mantiene con vida en este instante. ¡No sé que hacer, Ariane!
-Tal vez tu vida también esté destinada a escapar.-murmuró.


Grabé sus palabras en mi cabeza y observé la luna llena, brillante, mágica. ¿Cómo era posible que a pesar de todo la noche fuese tan bella y tranquila? Sonreí mientras sentía la brisa que anunciaba que el verano se escapaba, tal vez esa fuese la última vez que la sentía.

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